Resulta sorprendente el poder balsámico de la victoria en los partidos políticos en general, y del Partido Popular en particular. Antes de las elecciones, la consigna parecía ser la de armar todo el ruido posible, la descalificación (cuando no el insulto puro y duro) y la crispación parlamentaria y mediática. Ganados los comicios y, mayoría absoluta mediante, el PP opta por alabar al Gobierno saliente presumiendo del anteriormente ridiculizado “talante”. Así, los nuevos ministros llegan loando a su antecesor y haciendo llamadas a un “diálogo permanente” (Fátima Báñez), reconociendo “su esfuerzo, dedicación y capacidad para estar a la altura de las circunstancias” (Luis de Guindos) o admitiendo “una gestión ejemplar del fin de ETA” (Jorge Fernández Díaz). No voy a criticar este cambio de actitud del Partido Popular, pero conviene recordar que es el mismo partido que mostró escaso sentido de Estado en unos momentos realmente duros. Mariano Rajoy, su líder de entonces y actual presidente del Gobierno, pide ahora una lealtad que no dispensó a Rodríguez Zapatero. Más vale tarde que nunca.
Publicado en Público el martes 27 de diciembre de 2011.
Publicado en El Día de Toledo el martes 27 de diciembre de 2011.
Publicado en Público el martes 27 de diciembre de 2011.
Publicado en El Día de Toledo el martes 27 de diciembre de 2011.
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